viernes, 5 de febrero de 2010

Los Jinetes del Apocalipsis

Metallica regresó a la Argentina tras once años de ausencia para dejar bien en claro que la comunión con su público sigue intacta. Revivimos el primero de los dos históricos shows que brindaron en el estadio de River Plate en el cual no faltó (casi) ningún clásico.




En el mes de noviembre cuando se confirmó la noticia, se desató una verdadera revolución; Metallica regresaba al país tras once de ausencia. Inmediatamente comenzaron las dudas sobre una suspensión del show a último momento. Cabe recordar que en diciembre de 2003, el grupo iba a presentarse en el estadio de River Plate y un comunicado emitido por la banda un mes antes de dicho concierto dejó a miles de fanáticos masticando bronca: “Metallica cancela gira Sudamericana”. ¿El motivo de la suspensión?: cansancio y agotamiento físico. Los vaivenes musicales (conflicto Napster) y el cansancio creativo del grupo eran evidentes, sumado a los conflictos internos que derivaron en el alejamiento de Jason Newsted en el año 2000, fueron un caldo de cultivo ideal para que cerca de 60 mil fanáticos argentinos con entrada en mano (y quien sabe cuantos en el resto de Sudamérica), vieran trunca la posibilidad de ver a Metallica en el año 2003.

Es verdad que el tiempo sana las heridas, quizás el jueves 21 de enero la lesión haya quedado casi repuesta, y cerca de 45 mil personas acudieron a River Plate para vivir una noche memorable que desmenuzaremos en las siguientes líneas.

Cerca de las 15hs con un termómetro que marcaba arriba de los 32 grados arribamos a la terminal de micros de La Plata en búsqueda de un boleto hacia el Infierno. El colectivo que nos depositaría en la Avenida Paseo Colón se hacía rogar, su chofer parecía tener todo el tiempo del mundo, tal es así que cuando lo vimos llegar nuestras caras se mostraron sonrientes, pero el tipo como si nada subió con otra persona y automáticamente cerró la puerta. Su acompañante estaba devorando un pancho y en su mano izquierda portaba un agua saborizada que a esa altura era lo más parecido al tesoro de un faraón egipcio. Luego de unos minutos el chofer abrió las puertas y cargados de expectativas nos acomodamos en los últimos asientos del Costera para hablar largo y tendido sobre lo que depararía el recital.
A la hora de descender, el chofer lanza una frase: “Metallica loco, ¡aguante!”, inmediatamente devolvieron gentilezas: “De una chabón, aguante”.
Quedaba ahora el tramo más complicado, luego de una hora con aire acondicionado y bastante comodidad dentro de ese transporte, nos esperaba el 130 (que nos depositaría en las inmediaciones del estadio) y mostraría todo lo opuesto: ventanillas abiertas al máximo para que entre algo de aire, asientos más pequeños y transito complicado. El viaje hasta el estadio fue bastante largo y ese trayecto se pudo disfrutar de las bondades que el paisaje capitalino propone: Canal 7, El Planetario, el finísimo Hotel Sheraton, El club de los amigos, “¿Porqué no existirá El club de las amigas?” dijo alguien por ahí y la respuesta fue que esa idea no estaba mal y hasta podía ser factible y por supuesto que en dicho paisaje no faltó lo más importante: las chicas lindas.
“Cuando veamos que el ambiente se pone negro (en alusión a las remeras) va a ser la hora de bajarnos”; dijo un acompañante, y es que parada tras parada las remeras de Metallica empezaban a ganar en intensidad y el color negro era condición sine-quanon para ir al concierto pese al agobiante calor que estaba haciendo.

“!Entrada en mano chicos¡”, gritaba uno de seguridad mientras nos acercábamos a los controles para el cacheo. Una vez superados los mismos accedimos a la Platea Alta San Martín. La ansiedad hacía que subir las escaleras para acceder a dicha ubicación fuera algo eterno, digno de cualquier escalador de montañas.
“Flaco ¿adonde vas?, ahí no podés ir, ¡espera!”, dijo un tipo apenas pusimos un pie cerca de la platea. Barras de River Plate estaban en las instalaciones del club y a cambio de algunos pesos prometían una “excelente ubicación” en la San Martín. “¿Cuántos son?, juntame algunos pesos, lo que puedas y ese lugar es tuyo, vení que te lo muestro”. La persona en cuestión señalaba un lugar vacío y que en teoría prometía buena visión. “No se che, no tengo mucha guita, dejame ver cuanto junto y te aviso loco”, fue la respuesta ofrecida.
Finalmente desistimos de esa propuesta para nada tentadora y nos ubicamos a la derecha de la platea hallando buena visión de todas formas.
El calor agobiante hizo que los asistentes en dicha concurran durante más de dos horas y media a una sesión gratuita de sauna y solaruim. Pese a esto, algunos valientes se resistían a quitarse su remera negra que lucían como un trofeo de guerra.

El reloj marcaba las 19hs cuando se oyeron los primeros gritos de la tarde; un campo bastante poblado recibió con una gran ovación a Horcas. El grupo comandado por Walter Meza salió con su dosis de metal para levantar a todos los presentes.
Nacer para morir y Existir por existir, fueron las dos primeras canciones del set. El sonido no ayudaba mucho y desde la Platea San Martín, era muy difícil poder escuchar a la banda, la voz por momentos se perdía y la batería sonaba demasiado fuerte dificultando el sonido en general. Meza quiso dedicar Familia a todos los músicos que pasaron por Horcas. “¡Esta es la banda de Osvaldo Civile!, gritó su cantante para recordar al guitarrista quién se suicido en 1999.
Infierno, Argentina y Esperanza fueron la previa para finalizar el set. “!!!!Gracias Metallica por existir!!!!” gritó Meza y sonó Fuego.
Pese a las deficiencias de sonido Horcas había dejado a la gente en llamas; lo que venía era una presentación que desde el vamos tuvo más críticas que buenas respuestas.

Veinte minutos antes de las 20hs, León Gieco subió al escenario acompañado por su guitarra y su armónica para entonar La memoria, mientras una parte del público aplaudía al músico en señal de respeto, otra parte se mostraba con gran indiferencia.
Imposible de negar, la presentación de Gieco taloneando a Metallica nada tuvo que ver con la velada metalera, pero Gieco se plantó y supo bancarse la parada. Luego subió el grupo de Andrés Giménez, D-Mente para acompañar al músico en formato metalero. El sonido había mejorado levemente pero aún mostraba deficiencias, de hecho el primer minuto de La memoria no se escuchó. El fantasma de Canterville, La biblia y el calefón y El ángel de la bicicleta, fueron algunos de los temas que Gieco interpretó junto a D-Mente. Sobre el final del show Andrés Giménez intentaba contagiar al público para que formaran una ronda, pero la petición del músico no cundió efecto entre la multitud que se mantuvo estoica durante el set, incluso tras la salida del músico del escenario.

La ansiedad empezaba a carcomer a los presentes, cerca de las 20.15hs debajo de la inmensa tarima acompañada de rampas que usarían en algunos tramos del show los músicos de Metallica, una cortina se agitó un poco y llevada por un grupo de personas apareció la inmensa batería de Lars Ulrich y el público la recibió con aplausos.

Mario Pergolini anunciaba a las 10hs en una transmisión especial del programa ¿Cuál es?, que se emite por Rock & Pop FM 95.9 que los equipos de sonido e instrumentos de los músicos recién estaban llegando al estadio procedentes de Perú, donde el combo metalero dio por iniciada su gira latinoamericana el 19 de enero. Demasiadas cosas para hacer en menos de diez horas pensaba uno en su hogar mientras aguardaba la partida hacia el concierto.
Lo cierto es que en media hora se terminó de probar el sonido de cada instrumento correspondiente y para las 21hs ya el estadio estaba en plena ebullición para acudir a la presentación del último trabajo de Metallica Death Magnetic.

Diez minutos más tarde las luces se apagaron y todo estalló en un ¡¡¡Oooh!!!, una música de fondo empezó a sonar pero sobre el escenario nada sucedía. Falsa alarma, “¿Qué es esto que suena, Metallica?” preguntaban algunos confundidos por la situación. Lo único que se supo es que esa cortina sirvió para terminar de ajustar el sondo mientras cada una de las personas volvía a ocupar su respectivo lugar…

El sonido se cortó abruptamente y la multitud se mantuvo expectante, el grito de la gente ahora estaba justificado, a las 21.15hs empezó a sonar The ecstasy of Gold de Ennio Marricone acompañado por imágenes de la película El bueno, el malo y el feo que sirvió para que abrieran la jaula y las fieras salgan a escena; Metallica recibido con una ovación ensordecedora dio por iniciado el Death Magnetic Tour en Argentina de la mano de Creeping death para enganchar enseguida, For whom the bell tolls (ambas de Ride the Lightning del año 1984). James Hetfield peinado a la gomina, con sus brazos tatuados de punta y de impecable atuendo negro, no dejaba de sacudir su guitarra y recorrer cada punto del escenario cantando y mostrándose de esta forma muy activo durante todo el concierto.
Unos segundos después arremetieron con la excelente Wherever I may roam (este humilde redactor debe confesar que esperaba con ansias este tema). La guitarra base de Hetfield logró levantar el pogo en todo el estadio mientras la gente coreaba el clásico machaqueo de su guitarra. La noche estaba empezando y después de ese clásico del Black álbum habría muchas sorpresas más…

Harvester of sorrow, fue lo que siguió. Finalizado el mismo, el estadio se oscureció por varios segundos y James Hetfield apareció sobre la tarima por encima de sus compañeros con una guitarra acústica para dar los primeros acordes de Fade to black, los tres micrófonos sobre la tarima le permitían moverse allí arriba para retomar su guitarra eléctrica y acompañar a la de su compañero Kirk Hammet.
La primera de Death Magnetic fue The was just your life, pero la que generó el primer pogo magnético fue la segunda de ese disco The end of the line. Lo que esperaba el público eran los clásicos de antaño, nada de temas nuevos, pero estos eran cita obligada en la velada dada la presentación del disco en cuestión.
Es difícil saber si todos los presentes son conocedores del idioma inglés, pero ante cada palabra de Hetfield estallaban gritos y aplausos. Por parte de este cronista la idea fue mantener el pico cerrado desconociendo casi en su totalidad el idioma que la banda maneja. Lo cierto es que tras finalizar The end of the line, el cantante de Metallica pidió disculpas sobre lo sucedido en el año 2003 y que la idea era sanar lo sucedido.
“¡¡¡¿Están bien!!!?” repitió dos veces Hetfield en un castellano bastante claro, e inmediatamente sonó la potente Sad but true, para luego retomar la senda del último disco con Cyranide y All nightmare long, con luces rojas que iluminaban la cara de Hetfield dando un aspecto tétrico y misterioso a su figura ayudado por el timbre de su voz.

El estadio volvió a oscurecerse esta vez en su totalidad, había llegado uno de los momentos más esperado de la noche, los clásicos encendedores fueron reemplazados por las modernas cámaras digitales para registrar un verdadero himno de la banda, One. Lo flojo del tema se halló en cuanto al show pirotécnico que se ofrece segundos antes de iniciar la canción, las crónicas alrededor del mundo hablan de que los estadios suelen convertirse en verdaderos campos de batalla, pero en River no fue así. Tan solo unos fuegos artificiales que se desplegaron a la izquierda del escenario y algo de pirotecnia que explotaba desde el escenario mismo dejaron la sensación de que faltó ese condimento extra que suele ofrece One, así y todo nadie reclamó por ello dada la contundencia con la cual sonó el clásico de …And justice for all.

Cuando se pensaba que nada más sucedería, lo que muchos definen como la esencia del género thrash se hizo presente de la mano de Master of puppets; los primeros acordes desataron la locura de todos y allí el pogo se generalizó en todo el estadio.
La rabiosa Blackened fue la siguiente, con duelo de guitarras incluido, permitió que a los costados del escenario se lanzaran llamaradas que superaron el escenario y que a unos cincuenta metros del mismo lograran abrazar con su inmenso calor al público. El bajista Robert Trujillo, de musculosa y pantalón corto, mientras tanto se movía como a lo largo de todo el show como una bestia inagotable.

El final del show estaba al caer, sonaron dos temas que dan excelente resultado de la forma en que se combinan la dulce y conmovedora Nothing else matters y la excitante y aplastante Enter Sandman. Para Nothing else matters Hammet quedó sobre el escenario brindando un solo de guitarra mientras sus compañeros salían de escena solo unos segundos para después acoplarse a esa apacible canción. En Enter Sandman, la cámara se detuvo en un plano detalle sobre el diapasón de la guitarra de Hetfield. Lucía una púa en su mano derecha que movía lentamente frente a la cámara, la misma tenía el ataúd que ilustra la tapa del disco Death Magnetic y en su reverso se leía “Metallica”. El público estalló en aplausos y Hetfield hizo el gesto fuck you con su mano izquierda para iniciar la intro devastadora de Enter Sandman.
La banda salió del escenario pero el público no se movió, aún quedaban los bises para dar por finalizado el show. Minutos más tarde Metallica salió nuevamente a escena para arremeter con el cover de The Mistfits, Last caress y volviendo a su repertorio sonó la potente Whiplash.
Los músicos se apostaban para dejar el escenario pero la gente consideró que esto no debía ser así, mientras todos amagaban salir de escena, el baterista Lars Ulrich hacía señas de que el show debía terminar y que era hora de ir a dormir. La gente coreó “olé, olé, olé, Metallica”, durante minutos y Ulrich hacía señas de seguir tocando, uno, dos o tres temas, cada paso que enfilaba hacía la salida del escenario, era reprimido por el público.

Los presentes empezaron a reclamar el clásico Seek and destroy y los cuatro músicos se pararon desafiantes mirando a la multitud; Hetfield tomó el micrófono y pidió que encendieran las luces del estadio y mientras Lars tomaba los palillos de su batería, Hammet calzaba su guitarra y Trujillo su bajo, el cantante de Metallica dio el grito sagrado: “¡¡¡Seek and destroy!!!” y el estadio se volcó a la fiesta una vez más.
Era raro ver a Hetfield sin su guitarra corriendo por todo el escenario arengando a la gente, de hecho se aventuró a bajar del escenario y recorrer las vallas para ofrecer el micrófono a los fanáticos que no podía creer estar cantando junto a su ídolo. Una vez rescatado del mar de brazos, el músico pudo volver al escenario para ahora sí, tomar su guitarra y finalizar el tema.

Lo que quedó después fue algo para el recuerdo, finalizado Seek and destroy, la gente coreó a Metallica una vez más por varios minutos, mientras la banda se miraba entre si no creyendo tal ovación. Hetfield se quedó unos minutos más en escena y sus compañeros volvieron a salir una vez más, esta vez para regalar púas y palillos recorriendo todo el escenario y recibir la ovación de cada sector de la cancha durante más de diez minutos.

Metallica pasó por Argentina y dio una clase magistral de rock, saldó en gran parte lo sucedido en el año 2003 y en un show intenso de dos horas de duración demostró que no necesita de grandes escenografías para poder llevar a cabo su presentación, tan solo dos pantallas ubicadas a los laterales y una inmensa de espaldas a los músicos bastaron para la escenografía. Logró un sonido potente y por momentos devastador que fue festejado por la gente de principio a fin. Mostraron lo mejor de su repertorio, por algo omitieron Load/Re Load y St. Anger y tan solo tocaron cuatro temas de su último disco.

A la salida del estadio las caras de la gente mostraban una inmensa satisfacción, algunos habían tenido su revancha once años después luego de la fallida visita en el 2003 y la sensación de haber presenciado un show histórico se vivió desde el primer minuto en que se pisó el estadio, esa misma emoción aumenta con el correr de los días y es algo difícil de explicar, hubo que vivirlo para saber lo que se siente.


Maximiliano Ucotich